miércoles, 9 de enero de 2013

Espacio exterior

Cogió su casco y se subió en aquel cohete. Sin cinturón de seguridad se sentó al control; comenzó a subir y bajar palancas, pulsar y apretar botones, puso cerca la máquina de oxígeno y se colocó la mascarilla. Un interruptor, grande y rojo, se alzaba frente a sus ojos. Sabía que era una locura, sabía que podía echarse hacia atrás y dejarlo tal y como estaba, sabía que podía arriesgar, ganar, al igual que perder.
Con los ojos cerrados apretó el interruptor, una fuerte vibración empezó a mover sus piernas, tronco y cabeza. Buscó algo donde agarrarse, no encontró nada más allá que su propio asiento, que giraba sobre sí mismo a gran rapidez.
Comenzó a elevarse. Sus ojos se llenaron de lágrimas - ¡lo he conseguido! - una sensación indescriptible llenaba poco a poco su cuerpo, desde las yemas de los pies hasta las puntas de su pelo quemado.
El motor se calentaba más y más, como su temperatura, la velocidad se hacía más notar, como su corazón.
Impactó contra la capa de ozono y salió despedida hacía el espacio, perdiendo piezas, provisiones, tuercas y botones. O se podría decir, que estos la perdieron a ella. Agarrada a la bombona de oxígeno se perdió entre las estrellas, y entre el más oscuro silencio, se apagó su voz.

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