Cienmil cosas y más pasaron por mi mente, pero sabía que ninguna de ellas ocurriría, nada de lo que pensamos ocurre después.
Quería que volviese ya a la cama, pero cuando se dispuso a hacerlo me arrepentí de haberlo pensado tan alto.
Nuestra piel se rozó, y no pude evitar que se me pusiera la piel de gallina. Ahora que estaba allí metido no quería que se volviera a ir más.
Las horas pasaron volás, de estas que verdaderamente dices "¿En serio ya es la hora de que me vaya?" cuando antes lo único que deseaba era no llegar.
- ¿Qué hora es? - pregunté con total cara de pena, algo cómica.
- Van a dar las 3... - él sabía lo que se avecinaba.
- No me quiero ir - recalqué.
- Lo sé, pero tu madre te está esperando.
(¿En serio alguien cree que esas palabras surten algún efecto?)
- Me iré más tarde, en el de las 4 - sabía que cuando llegaran las 4 no me querría ir tampoco pero así te autoconvences de que no lo estás haciendo tan mal.
- Ay... - suspiró y simplemente me apoyó sobre su pecho.
Los dos sabíamos que a las 10 de la mañana seguiría en aquella cama, con él.